
Santísima Trinidad
-Señor –preguntó Adán– ¿para qué diste a los cocuyos esa pequeña luz con que brillan en la noche?
–Y ¿para qué diste su canto a las ballenas?
–Para facilitarles sus encuentros de amor.
–Por la misma razón: para que puedan encontrarse y amarse en la profundidad marina.
–Y a las flores, Señor, ¿para qué les diste su color y su perfume?
–También el aroma y el colorido de las flores sirven al amor.
–Ya veo –dijo entonces Adán–. Todo está encaminado al amor.
Y dijo Dios:
–Todo está encaminado a la vida. El amor, la vida y yo somos la misma cosa.
–Ahora entiendo –reflexionó el hombre–. Una trinidad.
–Sí –concluyó el Señor–. Una santísima trinidad.
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