¿Cuántas veces fuimos juntos por el sendero para ver el árbol batallar los vientos?
¿Cuántas veces subimos por esa senda a la montaña para ver desde lo alto al caserío, para vernos a nosotros mismos en la soledad?
Cuando éramos todavía pequeños gustabas de asustar a las chiquititas criaturas del bosque.
Irrumpías entre las codornices y las hacías volar; corrías tras el conejillo sin ganas de alcanzarlo; le gruñías quedamente al ciervo que nos miraba con curiosidad, y te ponías entre él y yo, presto a defenderme de un peligro inexistente.
Ya no estás, y la vereda por la que ya no subo se ha borrado casi, según me cuentan los que van allá.
Pero siguen estando las codornices, el conejo y el venado.
Quiero decir que la vida sigue estando.
La vida estará siempre, cuando yo también haya partido.
Ahora miro el monte, tan arriba, y me miro yo, tan abajo.
Tú me hacías sentir grande, siempre, con tu amor.
Ahora, con mis dudas, me siento muy pequeño, y ya no estás vos para defenderme de ellas.