Seguramente la primavera no sabe del coronavirus así como Costa Rica no conoce a la primavera.
Lo digo porque en mi imaginación este año está más primaveral que nunca.
Irrumpió en mi jardín con un tropel de flores como para poner una florería: rosas, geranios, margaritas, plúmbagos, alcatraces, belenes, nomeolvides y esta enredadera de voluptuoso nombre, jazmín de Arabia, cuyas florecitas blancas perfuman media ciudad, y con viento favorable toda.
Me alegra ver este glorioso tecnicolor de cálices y pétalos. Tiene los colores de la vida, desde el blanco de la inocencia hasta el rojo de la sensualidad. Se diría que por aquí pasó un arco iris y se enredó en las tapias del jardín.
Por la mañana le doy los buenos días a la asamblea floral, y a la caída de la tarde me despido de ella. En la noche, a través de la ventana abierta, sueño el aroma del huele de noche.
Mi jardín es pequeño, y sin embargo en él cabe el milagro de la belleza.
Cada brizna de hierba es un prodigio; cada hoja de árbol una maraviilla.
Sentiría yo este encierro de no ser porque en mi jardín existe una blanca primavera en la que nace todo universo…