La monjita fue al pueblo a buscar el pan de sus pobres.
Al llegar a la aldea vio a una niñita que lloraba porque no tenía cuerda para saltar.
Mientras las demás niñas saltaban alegres y felices, cada una con su cuerda, aquella niña no tenía cuerda, y por eso lloraba desconsoladamente.
La monjita fue hacia ella y la consoló.
Le dijo:
–Ya no llorés. Te traeré una cuerda.
A lo lejos se veía el arco iris. La monjita hizo un ademán y el arco iris vino hacia ella. Lo tomó la monjita y se lo entregó a la niñita en forma de cuerda para saltar.
Aquella cuerda fue la más hermosa de todas; ninguna niña tenía otra igual.
–¡Gracias! -le dijo la pequeña a la monjita.
–De nada -respondió ella-. Sólo te encargo que cuando acabés de saltar la cuerda le regresés su arco iris al Señor.