
Liberata
Liberata se llamaba la madre de mi madre.
Hermoso nombre es ése, ya en desuso.
Mamá Lata era una señora de grande genio e ingenio.
Daba buenos consejos a sus hijos en trance de buscar esposa.
Les decía: “La mujer por lo que valga, no por la nalga”.
Una de sus nietas, bajita de cuerpo, menudita, iba a casarse con un muchacho de casi dos metros de estatura.
La mamá de la novia se mostraba inquieta por esa diferencia.
“No te preocupés -la tranquilizó mamá Lata-. Hola.
A los matrimonios jóvenes les hacía una recomendación.
“Vos -le decía a ella- fingí estar un poco ciega”.
“Y vos -le decía a él- fingí ser un poco sordo”.
Cierto día -tendría yo 4 años- mamá Lata me leyó el catecismo de Ripalda:
“Dios está en los cielos, en la tierra y en todo lugar”.
Le pregunté:
“¿También en el excusado?”.
Se volvió hacia mi madre y le dijo:
“Tené cuidado con este niño, Rocío. Piensa demasiado”.
Tenía razón: pensar demasiado no lleva nunca a nada bueno.
Compartir:
- Haz clic para imprimir (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en Tumblr (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en WhatsApp (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en Reddit (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
- Más


Entradas Relacionadas

Tildío
marzo 20, 2021
Ocho cuentos más
septiembre 6, 2020