

Anoche, cuando la luna se deslizó en mi habitación
del ático como un oblongo de luz,
Sentí que había llegado a compadecerse.
Era el final del año, quizás el final de mi soledad.
Ella viajó con una pequeña maleta de la oscuridad,
y las primeras estrellas volviendo al cielo del norte,
y mi habitación, parecía, la había echado de menos.
Ella fingió un interés en la estantería
mientras que otros objetos habría agitado,
como en un estanque de rocas,
con vida inesperada:
relucían hilos de cuentas en su cuenco verde,
el escritorio lleno de papeles;
los libros inclinados listos para abrirse y confesar:
no estar seguros de la luna
o si alberga una intención,
Esperé; visto por su mirada fría
me desvistió como un boceto de flores
clavado en la pared del fondo…
luego deslizamos hacia abajo para reclinarnos
a lo largo del piso de madera
de pino, antes de que hubiera tenido suficiente…
Luna, Dije: Ambos tenemos cicatrices ahora.
¿Están más allá de vos las simples palabras de amor?
Deciles a ellos. Te lo digo yo:
La luna a mí no me parió:
No sos mi madre;
porque con mi madre,
esperaría hasta la muerte.