A un cierto sujeto del sureste de la capital le tomaron una radiografía.
El médico se desconcertó al ver la placa: en la espalda del individuo aparecían unas manchas simétricas que el facultativo jamás había visto.
Convocó a junta de radiólogos y especialistas en diversas ramas de la ciencia médica, y ninguno acertó a relacionar aquellas extrañas señales con alguna enfermedad.
La esposa del individuo vio la radiografía y dijo:
–Son las huellas que le ha dejado en el lomo la hamaca.
En otra ocasión el mismo sujeto se hizo un análisis de laboratorio.
La encargada le informó:
–Le salieron tres ácidos.
–¿Tres? -se alarmó el sujeto-. Yo sólo sé del ácido úrico. ¿Cuáles tres ácidos me salieron?
Enumeró la laboratorista:
–Ha sido tragón, ha sido borracho y ha sido güevón.
Borracho había sido, en efecto este hombre, y conservaba la afición. Con esta añadidura: jamás pagaba lo que se bebía.
Un amigo se lo topó en una cantina y le dijo:
–Vamos al bar de mi barrio. Ahí las cervezas están a dos por uno.
–Me quedo -replicó el tipo-. Aquí están a tres por cero.
Y es que estaba bebiendo a costa de otro, como de costumbre.
No es éste el único tipo holgazán que hay en el Gran Área Metropolitana.
En todas partes abundan los huevones.
Hace unas semanas viajé a cierta ciudad, y acudí a una cafetería tradicional.
Me extrañó verlo con pocos parroquianos, siendo que siempre está atestado.
–¿Qué sucede? -le pregunté al mesero-. ¿Por qué hay tan poca gente?
Respondió el camarero:
–Es que el Alcalde anunció que va a abrir 10 mil empleos, y muchos se quedaron en su casa por el temor de que les toque uno.
Pero vuelvo al protagonista de mi cuento.
La esposa del holgazán empezó a tener problemas de salud. Los doctores le encontraron una incipiente diabetes. Con inquietud la señora comentó el problema con una su vecina. Le dijo ésta:
–En Panamá hay un doctor que por 10 mil pesos hace trabajar al páncreas.
Replicó la señora:
–Le doy 50 mil si hace trabajar a mi marido.
Al perezoso individuo de quien cuento todo esto se le ocurrió irse a los Estados Unidos en compañía del mismo tipo aquel de la cantina, holgazán también.
Llegaron los dos a la frontera, y ahí les marcó el alto un agente americano de migración.
–Ustedes no poder pasar -les dijo, terminante.
–¿Por qué no? –inquirió uno de los dos haraganes-. Nuestras visas están en orden.
–Sí -respondió el guardia-. Pero yo creer que ustedes venir a los Estados Unidos a trabajar.
–¡Uh, mister! -exclamó el sujeto-. ¡Precisamente de eso venimos huyendo!