¿Desde cuándo estaban en el convento esas estatuas? Ninguno de los monjes lo sabía.
Una representaba a un hombre; a una mujer la otra. No eran divinidades clásicas, de mármol, ni figuras heroicas de bronce. Eran una mujer y un hombre comunes y corrientes, de piedra sus efigies, grises como la tierra, como la tierra humildes.
Cierto día las estatuas desaparecieron. Un año después los monjes vieron cerca del convento a una mujer y un hombre que tenían extraordinario parecido con las estatuas. La mujer llevaba un niño en los brazos; el hombre sonreía feliz.
Fray Virila daba una explicación. Decía:
-También las piedras aman. Hasta en la piedra se perpetúa la vida.