Yo todavía era niño,
y él ya era árbol.
Generaciones de pájaros
carpinteros han dejado
en sus ramas la escritura
de los sonoros picos.
Siempre he oído hablar
de este peral señero
que una vez dio 60 cajas
de su fruto.
Ya no da tanto,
es cierto, pero todavía da:
nadie se acerca a él sin recibir
el regalo de una pera
hecha de azúcar y cristal,
o sin gozar el refugio
de su sombra,
o sin oír el concierto
de su banda de música
de pájaros.
Miro cómo el peral
se da todo a los demás,
y leo en él la lección
de lo que yo debería ser.