
Doña Panoplia
Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, llevó a su perrita poodle con el veterinario.
La Kunina (así se llamaba la perrita) se había desvanecido, y su dueña no sabía si estaba desmayada o se había ido al Cielo a donde van todos los perros.
El médico revisó concienzudamente al animalito y no le encontró signos vitales, pero tampoco pudo determinar a ciencia cierta si se le había ido la vida.
Salió del consultorio y regresó poco después con un gato.
El minino dio dos vueltas en torno de la perrita y luego se puso a miar junto a ella.
Nadie se sobresalte, por favor: miar significa maullar, lo mismo que miañar, miagar y mayar.
La perrita siguió exánime.
Doña Panoplia dijo con tristeza:
“Ahora tengo la seguridad de que la Kunina se ha ido al Cielo. Jamás oyó maullar a un gato sin ladrarle furiosamente”.
El facultativo le dio el pésame a la dama por tan sensible pérdida y en seguida le pasó la cuenta de sus honorarios: mil 500 dólares.
“¿Por qué tanto? -protestó doña Panoplia-. Siempre me ha cobrado usted 500 pesos”.
“Sí -reconoció el veterinario-. Pero a mí el gato me cobra mil por la consulta”.
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