
Doña Gilda
Cada domingo, sin faltar ninguno, doña Gilda -se llama Hermenegilda– va muy temprano al cementerio del Potrero y deposita dos ramilletes de flores campesinas en sendas tumbas lejanas una de otra.
Dicen que dice:
–Uno es para el hombre que me amó y al que yo nunca amé. El otro es para el hombre al que yo amé y que nunca me amó.
Doña Gilda no se casó jamás. La mitad de las mujeres del rancho dicen: “¡Pobrecita!“.
La otra mitad dice: “¡Qué buena suerte tuvo!“.
Hace dos sábados me topé con ella en el camino. Le pregunté:
–¿De dónde viene, doña Gilda?
Me respondió:
–Del panteón. Fui a dejarles flores a mis dos maridos.
Pensé primero: “¡Pobrecita!“.
Pensé después: “¡Qué buena suerte tuvo!“.
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