
Daniel
Yo puedo escuchar pequeños clics dentro de mi sueño.
La noche gotea su grifo de plata por la espalda.
A las 4AM me despierto. Pensamientos del hombre que partió en mis veintes.
Su nombre era Daniel. Mi cara en el espejo del baño tiene rayas blancas abajo.
Me enjuago la cara y vuelvo a la cama. Mañana voy a visitar a mi madre.
Vive en un páramo en el norte. Ella vive sola. La lluvia se abre como cuchillas.
Viajo todo el día en trenes y traigo muchos libros.
Algunos para mi madre, algunos para mí.
También mi principal miedo, que pretendo afrontar.
Siempre que visito a mi madre siento que me estoy escondiendo.
Mi vida solitaria a mi alrededor como un moro, mi cuerpo desgarbado tambaleándose sobre los lodazales con una mirada de transformación que muere cuando entro por la puerta de la cocina.
El reloj de pared emite un zumbido irregular que salta una vez por minuto sobre las doce.
Es como si todos hubiésemos descendido a una atmósfera de cristal.
De vez en cuando, un comentario atraviesa el cristal.
Mi madre habla de repente. El duelo es un proceso largo.
Esta triste vida atrofiada, ella la siente. Ve mi desinterés, mis complicaciones, atormentado por la decepción y desesperación, rompiéndole el corazón.
Nuestro mundo parece una especie de frase a medio terminar.
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