En el fonógrafo, la voz de una mujer
muerta desde hace tres décadas
canta sobre un hombre que podría
obligarla a hacer cualquier cosa.
Sobre la mesa, dos frágiles vasos
de vino tinto, una botella envuelta
en su toalla. Es esa habitación,
es como recuerdo: la cama,
un bloque de luz de luna y almohadas.
Sus uñas, picotazos de fuego en tus muslos.
El hedor de la escalera de incendios.
Las colillas mojadas de los cigarrillos
que aplastaste, uno tras otro.
Como viste llegar la mañana
mientras él dormía, cómo se sienten
tus pechos, años después, lenguas
que se agitan en tu vestido.
Desde siempre despertaste primero,
has aprendido a dejar una cama
sin ser vista y has estado de pie
en los lavabos, limpiando aceite
y sal de tu piel, mirando el agua
ahuecada en tus dos manos.
Has guardado todo entonces
mientras tu cuerpo susurra.
Podés recordarlo ahora, cómo te ves
de nuevo… cuánta ternura en la tumba
pudo cuñar entre un hueco
de escalera y una cerradura.
Como seguís siendo, la voz de
una mujer cantando sobre
un hombre que podría obligarla
a hacer casi que cualquier cosa.