
Arder
Algún día la compasión demandará que
me libere de mi deseo de recrear a mi padre,
dejar de guiarme por las pérdidas de mi madre,
Y estrangular a mis amantes con palabras,
obligándolos a confesarme y asumir su culpa.
Hoy será ese día: los tiraré, sábana por sábana en el patio y recogerlos en una pira.
Quiero dejarlos ir en un resplandor,
Prenderles fuego y dejarlos crujir,
estallar como semillas aladas,
dejarlos arder hasta convertirse en ascuas de gasa— mil mariposas grises en el viento.
Hoy sería ese día, pero llueve, y sigue lloviendo.
En lugar de fuego, gotas de agua golpean puertas,
mojan ventanas en espejos reflejándome en los robles.
Los muros del jardín y las piedras
se hinchan en sombras aún más fantasmales,
las campanillas de viento riendo en la tormenta,
una taza de café abandonada a rebosar en lluvia.
En lugar de arder, mis páginas se transforman
en nenúfares flotando sobre charcos,
luego pequeños acantilados blancos
cuando el sol se pone,
finalmente secándose toda la noche
bajo la luna en recuerdos de papel maché.
Hoy la lluvia no dejaría arder sus vidas.
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