
Árbol
Están talando los grandes plátanos
al final de los jardines.
Durante días ha habido
el rechinar de la sierra,
el crujir de las ramas al caer,
el estruendo de los troncos
y el susurro de las hojas pisadas.
El trabajo de la semana
aquí está terminado.
Solo hay una rama
en el tronco de cuerdas,
bajo la fina lluvia gris,
verde y alta
y sola contra el cielo.
Si no fuera por ella,
si una vieja rata muerta
una vez, por un momento,
deshiciera el manantial de donde cuelga,
nunca me habría vuelto a enamorar.
Pero eso ya fue ahora,
y mi corazón ha sido golpeado
con los palpitares de aviones.
La mitad de mi vida
ha latido entre fugaces vuelos.
En el sol y en lluvias,
en el seco de enero,
en la humedad de mayo,
y en los grandes vendavales
que los sobrevivieron.
A través de los tejados
y de los grandes mares
solo hay una lluvia silenciosa
cuando se está muriendo.
Se escucha el volar de gorriones,
pequeñas criaturas que se arrastran
en la tierra donde yacen.
Pero yo miro al cielo
buscando al ángel que me ruega
nunca más lastimar este tronco de árbol…
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